Como hemos nacido en un país donde la lengua
materna es el español, la mayoría dan por sentado que dominan el lenguaje y
pueden comunicarse fácilmente con otros hispanohablantes. Sin embargo, a diario
nos topamos con enormes dificultades ya no solo de decir lo que queremos, sino
de que la persona a la cual nos dirigimos lo comprenda.
En los años de preescolar, primaria y secundaria,
no se está cumpliendo con el propósito de formar a los estudiantes para que
logren comunicarse en forma efectiva, tanto oralmente como por escrito.
Hace apenas unos días revisaba las pruebas de
redacción de un grupo de profesionales que pretendían acceder a un puesto de
jefatura y, salvo excepciones, los resultados fueron muchas faltas
ortográficas, impericia en el uso de la puntuación e ideas incoherentes.
En realidad, esto solo confirmó lo que ya
sabía al ser bombardeada a diario con correos que lo menos que hacen es
comunicar; al conocer los resultados de las pruebas PISA, donde se muestras los
pobres niveles de comprensión lectora que tenemos; y al comprobar que muchos
prefieren los audiovisuales (que no duren más de 15 minutos), antes que leer un
texto que los obligue a interpretar. Lo más sencillo es recibir materiales o
productos predigeridos. El texto escrito, por su propia naturaleza, nos exige
no solo interpretar signos lingüísticos, sino también sus significados y todas
sus posibilidades connotativas.
Vivimos en un mundo donde la inmediatez
sacrifica la profundidad; lo cual imposibilita que nos acerquemos a la
complejidad que caracteriza las diferentes áreas del conocimiento. Ya lo decía
don Jaime Robleto al referirse al efecto Dunning-Kruger (La Nación, 13/10/2018), según el cual las personas tontas se creen
más inteligentes de lo que son y las inteligentes tienen más conciencia de su
ignorancia.
Cuando en un corto video se nos explican
conceptos complejos, creemos dominar en todos sus alcances esos conceptos.
Cuando investigamos muchos sobres esos mismos conceptos, tomamos conciencia de
su complejidad y no nos atrevemos a considerarnos expertos en el tema.
Al final, eso afecta nuestra capacidad de
comunicarnos; y también nuestra capacidad de elaborar ideas (verbalmente o por
escrito) y argumentar sobre nuestro punto de vista. Tampoco nos permite
entender apropiadamente los argumentos de los otros y descubrir cuándo se trata
de simple retórica sin contenido y cuándo estamos frente a discursos que surgen
del conocimiento.
Ojalá propiciemos el estudio de nuestra
lengua de forma más exhaustiva. Como leía en el muro de Facebook de Emilia
Fallas: “La lectura no debe ser un hábito, sino un deseo”. En manos de los
padres y de los educadores está despertar ese deseo en sus hijos. Es claro que
solo podrán lograrlo aquellos que desean a diario, recorrer con sus ojos las
líneas de un texto.