domingo, 21 de octubre de 2018

Leer para comunicar


Como hemos nacido en un país donde la lengua materna es el español, la mayoría dan por sentado que dominan el lenguaje y pueden comunicarse fácilmente con otros hispanohablantes. Sin embargo, a diario nos topamos con enormes dificultades ya no solo de decir lo que queremos, sino de que la persona a la cual nos dirigimos lo comprenda.

En los años de preescolar, primaria y secundaria, no se está cumpliendo con el propósito de formar a los estudiantes para que logren comunicarse en forma efectiva, tanto oralmente como por escrito.

Hace apenas unos días revisaba las pruebas de redacción de un grupo de profesionales que pretendían acceder a un puesto de jefatura y, salvo excepciones, los resultados fueron muchas faltas ortográficas, impericia en el uso de la puntuación e ideas incoherentes.

En realidad, esto solo confirmó lo que ya sabía al ser bombardeada a diario con correos que lo menos que hacen es comunicar; al conocer los resultados de las pruebas PISA, donde se muestras los pobres niveles de comprensión lectora que tenemos; y al comprobar que muchos prefieren los audiovisuales (que no duren más de 15 minutos), antes que leer un texto que los obligue a interpretar. Lo más sencillo es recibir materiales o productos predigeridos. El texto escrito, por su propia naturaleza, nos exige no solo interpretar signos lingüísticos, sino también sus significados y todas sus posibilidades connotativas.

Vivimos en un mundo donde la inmediatez sacrifica la profundidad; lo cual imposibilita que nos acerquemos a la complejidad que caracteriza las diferentes áreas del conocimiento. Ya lo decía don Jaime Robleto al referirse al efecto Dunning-Kruger (La Nación, 13/10/2018), según el cual las personas tontas se creen más inteligentes de lo que son y las inteligentes tienen más conciencia de su ignorancia.

Cuando en un corto video se nos explican conceptos complejos, creemos dominar en todos sus alcances esos conceptos. Cuando investigamos muchos sobres esos mismos conceptos, tomamos conciencia de su complejidad y no nos atrevemos a considerarnos expertos en el tema.

Al final, eso afecta nuestra capacidad de comunicarnos; y también nuestra capacidad de elaborar ideas (verbalmente o por escrito) y argumentar sobre nuestro punto de vista. Tampoco nos permite entender apropiadamente los argumentos de los otros y descubrir cuándo se trata de simple retórica sin contenido y cuándo estamos frente a discursos que surgen del conocimiento.

Ojalá propiciemos el estudio de nuestra lengua de forma más exhaustiva. Como leía en el muro de Facebook de Emilia Fallas: “La lectura no debe ser un hábito, sino un deseo”. En manos de los padres y de los educadores está despertar ese deseo en sus hijos. Es claro que solo podrán lograrlo aquellos que desean a diario, recorrer con sus ojos las líneas de un texto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario